Los programas para el desarrollo de la Inteligencia
Emocional y Social (programas en los que se trabaja la autoconciencia,
autocontrol, motivación empatía y habilidades sociales) ofrecen una sinergia
especial en los programas académicos habituales. El entrenamiento en atención
plena constituiría el siguiente paso, que de manera sencilla activa los circuitos
neuronales responsables de la inteligencia emocional.
La profesora neoyorquina Linda
Lantieri, que lleva años poniendo en práctica programas para el desarrollo de
la inteligencia emocional, mantiene que cuando añadió la pieza del mindfulness, advirtió un espectacular
aumento en la predisposición a aprender y en la capacidad de tranquilizarse.
Roger Weissberg - director del
Collaborative for Academic, Social, and Emotional Learning de la University of
Illinois de Chicago, una organización puntera en la puesta en marcha de los
programas de aprendizaje social y emocional (ASE) en todo el mundo - ha dicho
que su fundación acababa de emprender una revisión sobre el impacto que el mindfulness tiene en esos programas ASE.
Weissberg comunicó a Goleman “el control cognitivo y la función ejecutiva
parecen esenciales para la conciencia de uno mismo y la autogestión, así como
para el rendimiento académico”.
La atención deliberada y
voluntaria se encuentra en la clave de la autogestión. Las regiones cerebrales
responsables de dicha función maduran con rapidez desde la edad preescolar
hasta segundo curso de primaria aproximadamente (y su desarrollo sigue durante
la edad adulta). Esos circuitos se ocupa tanto del procesamiento de las
situaciones más cargadas emocionalmente, como del procesamiento de aquellas
situaciones más frías, como la académica, por ejemplo. La gran plasticidad de
estos circuitos a lo largo de toda la infancia nos deja claro que pueden verse
fortalecidos mediante intervenciones ASE.
En un estudio se enseñó
habilidades de la atención a niñ@s de entre 4 y 6 años en solo 5 sesiones de juegos
que ejercitaban el rastreo visual (como adivinar dónde saldrá a la superficie
un pato que acaba de sumergirse en el agua), identificar un objetivo (un
personaje de dibujos animados) dentro de una secuencia e inhibir el impulso
(pulsar una tecla cuando una oveja salía de un saco de heno, pero no cuando
aparecía un lobo).
Los circuitos neuronales que
sustentan las habilidades emocionales y cognitivas se vieron fortalecidos. Quedando
claro que el cerebro de los niños de 4 años que recibieron este breve
entrenamiento se asemejan al de los niños de 6 años, y que la función ejecutiva
de los niños de 6 años que también habían sido adiestrado de esa manera no se
diferenciaban de cualquier otro adulto.
Las regiones cerebrales que
gestionan la atención están controladas por los genes, pero a su vez, esos
genes se hallan regulados por la experiencia, y el entrenamiento acelera su actividad.
Existe una antigua dicotomía
psicológica, que diferencia entre habilidades “cognitivas” y habilidades “no
cognitivas”, de tal forma que las habilidades emocionales se situarían en una
categoría distinta de las académicas. Pero como los circuitos neuronales de la
atención subyacen tanto a las habilidades académicas como a las emocionales,
esa distinción es ya obsoleta. Ambos tipos de habilidades no son, estrictamente
independientes, sino que existe entre ellas una gran interacción. Los niñ@s incapaces
de prestar atención tienen dificultades de aprendizaje y problemas de
autocontrol.
“Cuando contamos con elementos
como el mindfulness, los tiempos
regulares de silencio y un rincón de paz al que los niños puedan dirigirse para
tranquilizarse cuando así lo necesiten – afirma Linda Lantieri -, conseguimos,
por una parte, más tranquilidad y autogestión, y un foco de atención mejorado y
la capacidad de sostenerlo, por la otra. De este modo, incidimos simultáneamente
en la fisiología y la autoconciencia”.
Al enseñar a los niñ@s las
habilidades que les ayudarán a calmarse y a concentrarse, “estamos asentando
los fundamentos de autonciencia y autogestión imprescindibles para sustentar
otras habilidades ASE, como la escucha activa, la identificación de
sentimientos, etc.
“Antes esperábamos que los
niñ@s recurriesen, cuando se veían emocionalmente secuestrados, a sus
habilidades ASE, pero no podían hacerlo – explica Lantieri -. Ahora sabemos
que, para ello, necesitan una herramienta más básica: el control cognitivo. Eso
es lo que consiguen con ejercicios tales como Mindfulness y «Colegas que
respiran». Una vez que saben cómo usar estas prácticas, logran la confianza
suficiente para saber que pueden hacerlo.
“Hay niños que apelan, durante
los exámenes, a dichas habilidades a través de un sensor biodot (dispositivo de neurofeedback) que les dice si están
demasiado ansiosos para enfrentarse adecuadamente al examen. Y, en caso
afirmativo, recurren a la práctica del mindfulness
para tranquilizarse y concentrarse y
continuar con el examen cuando se encuentran en mejores condiciones y pueden
pensar con más claridad.
“Los niñ@s se dan cuenta de que
hay veces en que, cuando no superan un examen, no es porque sean estúpidos,
sino porque su mismo nerviosismo les impide acceder a lo que saben. Por eso, si
aprenden a sosegarse y centrarse, pueden responder mejor. Tienen la actitud de
que ahora son responsables de sí mismos y saben qué hacer para remediar la
situación”.
Los programas ASE aplicados
con técnicas de Mindfulness tienen unos resultados espectaculares.
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