Desde una perspectiva neurofisiológica, la resonancia consiste en una
sincronización de los centros emocionales de las personas implicadas, que se ve
muy favorecida con la risa.
El momento crucial que tuvo lugar durante una reunión de la dirección
de unos grandes almacenes ilustra perfectamente las implicaciones neuroanatómicas
del liderazgo. Con las conclusiones de un análisis de mercado, todo indicaba
que el jefe de marketing se había equivocado en una campaña publicitaria.
Después de un largo y tenso silencio, uno de los asistentes comentó irónicamente:
“¡Tal vez ese día habías olvidado las gafas en casa!”, que desató una carcajada
general.
Esa broma tuvo dos resultados diferentes: corroborar lo que todo el
mundo pensaba y suavizar ese mensaje, eliminando así la necesidad de perder
tiempo inútilmente discrepando o defendiéndose y poder pasar rápidamente al
siguiente punto del día, que era resolver el problema.
La risa cumple, entre otras, la función de movilizar los centros
emocionales de los integrantes de un equipo hacia un rango positivo, una
estrategia que, muy posiblemente, evitó que el grupo del que he hablado se
viera emocionalmente secuestrado por la fijación en el problema – el error del jefe
de marketing – y les ayudó a concentrarse para encontrar la solución. Y todo
ello ocurrió sin que nadie dijera nada al respecto.
Uno de los rasgos distintivos del liderazgo eficaz consiste en su
adecuado uso del sentido del humor. Eso no quiere decir que el líder deba
evitar los conflictos, sino solo que merece la pena saber cuándo airear las
diferencias.
No es necesario tener un gran sentido de la oportunidad ni manejar un
amplio repertorio de chistes para manejar eficazmente el sentido del humor. Las
bromas más sencillas pueden ayudarnos a esbozar una sonrisa y convertirse en un
acicate emocional. Existen multitud de datos que relacionan el liderazgo eficaz
con el sentido del humor. Una investigación, por ejemplo, se centró en la
frecuencia con la que una serie de ejecutivos provocaban la risa del
entrevistador y luego llevó a cabo un seguimiento longitudinal de los distintos
candidatos durante dos años para ver cuáles acababan convirtiéndose en
ejecutivos “estrella”. Esa investigación mostró que los líderes más
sobresalientes habían conseguido arrancar la risa del entrevistador con una
frecuencia dos veces superior a la de los ejecutivos promedio. (El éxito del líder,
en esta investigación, era valorado en función de dos variables diferentes:
cobrar primas que se encontraran en el tercio superior de las pagas de
beneficios realizadas por la empresa y haber sido estimados como “excelentes”
por no menos del 90% de sus jefes y colegas.)
Otra faceta de la investigación puso de manifiesto que su tasa de
comentarios jocosos era tres veces superior (uno cada cuatro minutos) a la de
los líderes promedio.
Parece
que los líderes más eficaces recurren con más frecuencia al sentido del humor,
al tiempo que transmiten mensajes positivos que modulan el clima emocional. Por
eso sus palabras siguen arrancando la sonrisa de los asistentes, aun cuando
giren en torno a detalles tan áridos como las cláusulas de un contrato o la
descripción de una determinada estrategia comercial.
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