Piense en una situación de peligro, un coche está a punto de echársele encima, tiene que escapar de un desconocido que le persigue en una calle solitaria o ha de superar un examen. Para cualquier persona es muy importante superar estas situaciones, haría casi cualquier cosa por conseguirlo, incluso no le vendría mal una ayuda. Desde luego sería muy conveniente poder utilizar al máximo los propios recursos, pues cuantos más recursos y más intensamente se pongan en marcha, más probable es que se supere la situación: que escapemos del coche o del desconocido o que superemos el examen. Sería muy útil disponer de un mecanismo que, en esos momentos especiales, ayudara a activar de manera muy rápida e intensa nuestros máximos recursos. Ese mecanismo existe, es la respuesta de estrés. Pero antes de continuar aclaremos términos.
El término estrés es un término genérico que hace referencia a un área de estudio. Lo que en realidad interesa ahora es la respuesta de estrés, una respuesta general del organismo (que afecta a todo el organismo) ante la percepción de cualquier demanda excepcional, del medio físico o social. La situación que provoca el estrés se denomina estresor.
La respuesta de estrés es una respuesta de todo el organismo que se produce de forma automática, sin control voluntario, cuando percibimos un cambio ambiental o una demanda excepcional del medio externo o interno. El objetivo es movilizar rápidamente el máximo el máximo de recursos disponibles del organismo para hacer frente, de manera eficaz, a esta demanda excepcional. Consiste básicamente en un importante aumento de los niveles de activación fisiológica y psicológica. Con mayores recursos psicológicos y fisiológicos la persona puede seleccionar adecuadamente la respuesta más adecuada y actuar más acertadamente. En consecuencia, la respuesta de estrés es muy útil, pues permite movilizar recursos excepcionales. Una vez que se ha solucionado la situación, cesa la respuestas de estrés; en caso contrario, ésta se mantiene hasta que se soluciona o los recurso se agotan.

Aunque la respuesta de estrés es algo muy útil, supone un gasto excepcional de recursos. Si el desgaste es episódico, no habrá problema, el organismo tiene capacidad para recuperarse entre cada respuesta de estrés. Pero si las respuestas de estrés se repiten con excesiva frecuencia, intensidad o duración, pueden producir un desgaste importante y facilitar el agotamiento de estos recursos e incluso impedir que el organismo se recupere. Cuando esto ocurre puede aparecer un problema psicológico o fisiológico. Esto es lo que se conoce como los trastornos asociados al estrés.

Emitimos la respuesta de estrés si percibimos una discrepancia (real o no) entre lo que demanda la situación y nuestros propios recursos.
Las situaciones que más fácilmente disparan la respuesta de estrés son:
Cambio en la situación o demandas estimulares (hace necesario adaptarse a las nuevas condiciones, por lo que habrá que desarrollar nuevas habilidades).
Incertidumbre o falta de información (no se qué me pasará, puede haber peligro, estoy indefenso).
Demandas físicas excepcionales (mucho calor o frío, ruido, humo, consumo de determinadas sustancias como tabaco o alcohol, falta de descanso…).